Desarrollo de la inteligencia emocional en niños a través de la terapia asistida por animales

La intervención asistida con animales es un campo desconocido para muchos profesionales, aunque sus inicios son antiguos. Muestra de ello es que podemos encontrar diferentes relatos y documentos que se remontan a la antigüedad en los que se refuerza la idea de que los animales son capaces de aportarnos numerosos beneficios a nivel fisiológico, psicológico y social. Por ejemplo, ya en la antigua Grecia se daban paseos a caballo a las personas con enfermedades incurables para levantar su autoestima y en China encontramos una pintura titulada Primavera que data de 1.250 a. C. en la que se ilustra el uso del perro como guía para personas con discapacidad visual. Sin embargo no fue hasta mediados del siglo XVIII que los animales empiezan a verse como un “agente socializador” cuando John Locke (1699) filósofo y médico inglés, sugirió que habría que dar a los niños “un perro, una ardilla, pájaros, u otros” animales para “promover el desarrollo de sentimientos y de la responsabilidad” (Fine, 2006, p. 12).

Posteriormente, a  finales del siglo XVIII, encontramos las primeras noticias recogidas sobre el empleo de los animales como complemento de la intervención dentro del ámbito de la salud y se comienza a utilizar el término “terapia”.  Aunque fue en 1953 cuando el psiquiatra Boris Levinson, introdujo a los animales en la práctica de la psicología clínica (Macauley, 2006) produciéndose un gran avance dentro de la terapia asistida con animales (TAA). Levinson descubrió de forma casual los efectos positivos de tener a su perro “Jingles” presente en las sesiones de terapia. Un día de manera inesperada Levinson recibió a un paciente en su consulta mientras tenía a “Jingles”, se trataba de un chico con grades problemas de retraimiento social. Mientras Levinson saludaba a la madre el perro se fue con el niño y desde ese momento se estableció un vinculo niño-perro que le sirvió a Levinson para ganarse la confianza del pequeño, lo que a su entender contribuyó considerablemente al éxito del tratamiento. A partir de entonces Levinson decidió incorporar a su perro en las sesiones comprobando una mejora significativa en el estado mental de su paciente. La presencia del animal ayudaba al pequeño a tranquilizarse, comunicarse y expresar sus emociones. Este hecho motivó a Levinson para llevar a cabo una amplia investigación con la que sentó las bases de lo que hoy conocemos como Terapia Asistida con Perros (TAP).

Levinson recoge  toda su experiencia profesional con “Jingles” en su libro “Psicoterapia Infantil Asistida por Animales” (1969) donde afirma que la presencia del perro durante las sesiones favorecía la comunicación con los niños, especialmente con aquellos que presentaban problemas emocionales,  dificultades de comportamiento,  problemas de inhibición verbal o mutismo,  tendencias obsesivas compulsivas o autismo. Gracias a los avances realizados por este autor, el estudio de los beneficios asociados a las terapias asistidas por animales fue adquiriendo importancia y comenzaron a surgir más investigaciones sobre el tema. La mayoría de estas investigaciones demuestran aspectos como que el contacto con los animales reduce la presión arterial y equilibra la frecuencia cardíaca disminuyendo los niveles de ansiedad y de estrés.

En esta línea, estudios realizados sobre percepción infantil sostienen que existe una percepción preferente muy temprana hacia los seres vivos frente a objetos inanimados. Una posible explicación la encontramos en la hipótesis de la biofilia (atracción por la vida) formulada por el biólogoE. O. Wilson en 1984. Este autor sostiene que los animales están entre los primeros conceptos que adquieren los niños. Los niños tienen una predisposición innata a estar en armonía con el mundo natural y con los animales que viven en él, por lo que la atención del niño tiende a dirigirse hacia los seres vivos de su entorno. La teoría de la biofilia propone que el contacto con animales favorece la seguridad del niño y sirve como potenciador del mantenimiento de la atención, la codificación de los recuerdos y la organización de los pensamientos.

Actualmente son muchos los colectivos que pueden beneficiarse de este tipo de intervenciones donde se utiliza la figura del perro como apoyo terapéutico:

•    Necesidades educativas especiales
•    Tercera edad
•    Discapacidad física, psíquica e intelectual
•    Estimulación temprana
•    Adultos y menores en riesgo de exclusión social

En todos ellos la presencia del perro actúa como catalizador social, facilita estados emocionales positivos, logra un aumento del interés e implicación por parte de los usuarios y les ayuda a mejorar el autoconcepto. Además el perro sirve como herramienta facilitadora estableciendo un poderoso canal de comunicación entre terapeuta y paciente, potenciando el vínculo terapéutico.

Sin embargo es muy importante destacar las principales diferencias que hay entre la terapia asistida con animales (TAA) y las actividades asistidas con animales (AAA) (Delta Society, 1996)

En la Terapia Asistida por Animales (TAA) el animal actúa como parte integral del proceso/tratamiento. El objetivo es promover una mejora física, social, emocional y/o cognitiva. En esta modalidad es imprescindible la presencia de un terapeuta profesional de la salud que lleve a cabo el registro y evaluación de las sesiones.

En cambio en las Actividades Asistidas por Animales (AAA) el animal actúa como una herramienta para motivar, educar y realizar diferentes actividades de ocio. El objetivo general es mejorar la calidad de vida de los usuarios, pero no se plantean objetivos concretos de intervención por lo que no es preciso el registro y la evaluación de las sesiones. En esta modalidad no es imprescindible la presencia de ningún profesional de la salud.

Como ya se ha comentado los animales juegan un papel muy importante en nuestras vidas desde que somos pequeños. No sólo cualquier niño disfruta viendo animales reales en la calle o en el zoo, sino que los peluches y muñecos con formas de animales han sido sus compañeros en la mayoría de los juegos, han sido protagonistas de muchos cuentos y películas, y hasta han formado parte de la decoración de sus habitaciones. Los animales de compañía son especialmente importantes en el desarrollo social y emocional de niños y jóvenes. Muchos niños incluyen a sus mascotas en las “figuras” más importantes de sus vidas, y describen el apoyo emocional que les ofrecieron sus mascotas, especialmente en situaciones de angustia (Melson, 2003).

Por ello los distintos programas de intervención buscan motivar y aumentar la predisposición del los niños a participar de forma activa en las sesiones a través de la presencia del animal. Con el perro se pueden ensayar conceptos tales como la autoestima, el autocontrol y la empatía. La inclusión de intervenciones asistidas por animales pueden facilitar tanto el desarrollo y entrenamiento de habilidades de comunicación no verbal -el contacto visual, la expresión facial, las posturas, la distancia social y el uso de gestos- como de habilidades lingüísticas y paralingüísticas que incluyen aspectos relacionados con el tono de voz, el volumen o la claridad del discurso (Spence, 2003). Todas estas habilidades se fomentan en los programas de terapia asistida con animales, donde el animal adquiere un rol importante promoviendo cambios cognitivos y conductuales en los participantes a través de la observación, el modelamiento y las asociaciones (Kruger, Trachtenberg & Serpell, 2004).

Por otra parte, conocer y entender las diferencias y similitudes entre el ser humano y los animales es la mejor forma de promover las habilidades emocionales desde una edad temprana. Aprendiendo que los animales tienen sentimientos y necesidades parecidas a las nuestras ofrecemos a los niños una base neutral para comenzar a entender cómo influyen nuestras emociones en el día a día y la importancia de relacionarse de una forma adecuada.

Gracias a la conexión especial que se establece entre el ser humano y los animales,  los niños pueden aprender a conocer e identificar sus emociones, a respetar a cualquier ser vivo, a ponerse en la perspectiva del otro, a trabajar en equipo, entre otras cosas.
Al contrario de lo que piensa mucha gente acerca de que los animales ofrecen amor incondicional, la respuesta del animal muchas veces depende de conductas verbales y no verbales, como por ejemplo el tono de voz que se utiliza, el contacto visual, las expresiones faciales, los gestos y la expresión emocional del individuo. Por ejemplo en una actividad de entrenar a un perro, los niños y jóvenes deben autorregular su comportamiento para poder también regular el estado del animal, si están todos nerviosos, el animal también lo estará y le costará más aprender. La presencia del animal durante las sesiones de terapia ayuda a regular el estado emocional y conductual de los asistentes. Fine (2006) hace referencia a varios ejemplos de jóvenes aprendiendo a regular sus reacciones a través del animal. Cualquier comportamiento excesivo recibe una respuesta inmediata del animal, sirviendo como guía al niño para regular su conducta. Fine explica como muchos jóvenes intentan calmarse rápidamente para poder ofrecer al animal también un entorno relajado. La respuesta del animal ante un determinado comportamiento también se puede tomar como motivo de discusión sobre diferentes emociones. En este programa el animal ayuda a motivar y consigue la predisposición del niño a participar en todas las actividades que lo conforman, facilitando el aprendizaje positivo.

Numerosos estudios demuestran que los animales de compañía son importantes en el desarrollo socio-emocional de niños y jóvenes (e.g., Friedmann, Katcher, Thomas, Lynch& Messent, 1983; Kruger, Trachtenberg & Serpell, 2004; Melson, 2003). También que la presencia de animales se muestra especialmente útil para la intervención psico-educativa en niños con traumas, enfermedades mentales, problemas de conducta, problemas de aprendizaje y otras dificultades (Friesen, 2010). Incorporar el perro de terapia como objeto transicional, puede ayudarnos a apoyar los objetivos terapéuticos y mejorar el funcionamiento psicosocial de los menores (Krufer & Serpell, 2006). A través de la presencia del animal en las sesiones se busca motivar y aumentar la predisposición del los niños y adolescentes a participar de una forma activa en las sesiones y ensayar conceptos como la autoestima, el autocontrol y la empatía.

En concreto las conclusiones de diferentes estudios dentro del campo de las terapias asistidas con animales (TAA) indican que incluir como variable la presencia de un perro de terapia dentro del programa nos ayudará a:

•    Crear un clima de confort favoreciendo la relajación y disminución del estrés y de la excitación. Entre 5 y 24 minutos después empezar a interactuar de forma positiva con un animal (Odenaal, 2000); disminuye de forma significativa la presión arterial y frecuencia cardiaca, aumentan los niveles de β-endorfina, oxitocina, prolactina y dopamina; y se reducen los niveles de cortisol (Becker & Morton, 2002; Fine, 2010; Friedmann, Thomas, & Eddy, 2000). La presencia del perro, produce un efecto de calma y promueve un sentido de seguridad (Fine, 2010; Gutiérrez, Granados & Piar, 2007; Walsh, 2009).

•    Generar confianza y facilitar la conexión emocional en niños especialmente en aquellos que por haber padecido una historia familiar de negligencia y/o abuso (físico, psicológico y/o sexual), sienten desconfianza respecto a la figura del adulto, lo que interfiere negativamente en cualquier intervención terapéutica (Parish-Plass, 2008). En este ambiente de desconfianza la presencia del perro durante las sesiones puede ayudarnos a que el niño nos identifique como una figura más cercana y no amenazante. Las personas que van acompañadas por un perro son percibidas como más amigables, simpáticas y sociales (Walsh, 2009). El perro puede actuar como un puente que facilita la conexión entre el terapeuta y los niños.

•    El animal actúa como catalizador de emociones (Gutiérrez, Granados y Piar, 2007; Walsh, 2009) para aquellas personas a las que les resulta más sencillo y se sienten más cómodas al hablar con el animal y explicar lo que les ocurre en su interior, facilitando así la exploración de sentimientos (Fine, 2010; Walsh, 2009)

•    El perro puede servir como tópico externo de conversación (Fine, 2010). Al hablar sobre el animal pueden surgir diferentes reflexiones sobre temas personales y familiares; recuerdos de la infancia y de la familia asociados a los animales. Por ejemplo, la muerte o pérdida de un animal puede llevar al niño hablar sobre la separación, perdida o duelo de un ser querido.

•    Fomentar la empatía y disminuir conductas violentas hacía personas y animales. El maltrato a los animales se desarrolla desde un contexto familiar violento y/o por ser testigo de actos violentos hacia otras personas o animales, hechos que algunos menores en riesgo de exclusión social han tenido que experimentar en su núcleo familiar. Cuando un niño es testigo de maltrato hacia animales por parte de una figura parental es bastante probable que acabe desarrollando el mismo comportamiento violento (Ascione, 1998). El maltrato hacia pequeños animales, es un importante indicador de futura violencia hacia otras personas.

Es importante destacar las ventajas que ofrece la terapia asistida con perro frente a la terapia asistida con otros animales también usados frecuentemente como el delfín, el caballo, el gato o el conejo. Los perros son altamente adiestrables, su acceso resulta relativamente sencillo por lo que la mayoría de los niños crearán un fuerte vínculo desde las primeras intervenciones.

Actualmente muchos estudios demuestran la efectividad de las intervenciones asistidas por perros en el ámbito de la reestructuración cognitiva, autismo, estimulación cognitiva, déficit intelectual, TDA/H, estimulación temprana, etc., aunque hasta el momento resulta difícil encontrar documentación validada por la comunidad científica sobre los beneficios que aporta la TAP al desarrollo emocional.

Sin embargo por todo lo dicho hasta el momento podemos intuir que la inclusión de perros de apoyo terapéutico en las intervenciones dirigidas al desarrollo emocional en menores puede resultar muy beneficiosa ya que promueve el interés y la participación de los usuarios. Según el modelo que proponen los investigadores Salovey y Mayer la inteligencia emocional puede concebirse como “la habilidad para percibir con precisión, evaluar y expresar emociones; la habilidad de acceder y/o generar sentimientos cuando facilitan el pensamiento; la habilidad de entender la emoción y el conocimiento emocional; y la habilidad de regular las emociones para fomentar el crecimiento intelectual y emocional” (Mayer & Salovey, 1997). Estás habilidades emocionales se estructurarían en un modelo jerárquico que va de las habilidades más básicas, las de percepción de emociones, a las más complejas, las de regulación emocional. En esta línea desde el modelo de Terapia basada en Inteligencia Emocional (TIE; Lizeretti, 2012) se propone un trabajo sistematizado con las emociones en psicoterapia. Este trabajo puede resultar favorecido si se incluye la TAP en el trabajo con niños puesto que el menor tiende a identificarse y empatizar con el co-terapeuta canino lo cual favorece la percepción e identificación de las emociones que este muestra. Por tanto tomar al perro como modelo identificando sus diferentes estados emocionales puede servir para hacer percibir, valorar y reflexionar al menor acerca  del lenguaje corporal del perro y de las personas, y sobre como él mismo y los demás procesan y gestionan las emociones. Del mismo modo la inclusión del perro puede ayudar a que el menor adquiera destrezas en cuanto a la facilitación emocional ya que esta se refiere a como las emociones entran en el sistema cognitivo y lo influyen priorizando el pensamiento y dirigiendo la atención. Los estados emocionales positivos que favorece el perro promueven en los menores perspectivas optimistas y estados de humor que facilitan diferentes puntos de vista sobre sus problemas además de desarrollar la creatividad.

A través de la comprensión de su mundo emocional el menor aprende a detectar las señales emocionales durante las relaciones interpersonales y a reconocer la relación entre palabras y emociones desde el sentimiento hasta su significado. La elaboración de cuentos por parte del menor donde el perro es uno de los protagonistas al que se le atribuyen sucesos que desencadenan diferentes estados emocionales facilita el razonamiento y la interpretación emocional, así como el desarrollo de habilidades para comprender sentimientos complejos y transicionar entre emociones.

La disposición del menor para modelar comportamientos y actitudes del perro favorece el aprendizaje de habilidades para regular sus propias emociones así como para que aprenda a regular las de los demás. Resulta útil para este propósito que el menor observe como el perro intente algún ejercicio de habilidad sin poder conseguirlo para que se dé cuenta como el perro gestiona la frustración. Por otra parte el menor también puede recibir instrucciones para ayudar al perro a gestionar y regular el estado emocional que le provoca la situación  buscando a través de la interacción perro-niño desarrollar la capacidad para minimizar las emociones que resultan desagradables y potenciar las placenteras.

Desde esta perspectiva el GT del COPC está trabajando en la adaptación, implementación y evaluación de un programa TAP orientado al desarrollo de la inteligencia emocional para menores en riesgo de exclusión social con el objetivo de demostrar empíricamente la efectividad de la inclusión del perro de apoyo terapéutico. Los resultados esperados son la obtención de mejoras significativas en las habilidades de gestión emocional, así como el aumento de la autoestima y la mejora de las habilidades sociales en estos menores.

Fuente: psiara.cat